lunes, 31 de agosto de 2009

EL FARO. POR JORGE ALEJANDRO VEGA


Navegaba a través de un océano inmenso e imponente, sin divisar tierra alguna, sólo agua y cielo, Buscando con ansia mi puerto destino, sin llegar a divisarlo.

La angustia y desesperanza intentaban apoderarse de mi alma, la vida misma me trataba de imponer la idea de nunca encontrar mi destino, de permanecer navegando toda la vida sin llegar a arribar a puerto alguno, pero en ningún momento les permitía dejarme derrotar.

Racionalmente hacía correcto, seguía las indicaciones de los instrumentos de navegación, consultaba constantemente los mapas y cartas náuticas, me guiaba de las bitácoras de los grandes capitanes que me predecedieron y realizaron grandes hazañas y descubrimientos, pero en lo más profundo de mi corazón sentía que no eso no bastaba, que no era suficiente para alcanzar mi puerto, necesitaba algo más, algo diferente pero no podía descifrar que, lo cual atormentaba mi alma y me colocaba bajo una gran tensión.

A mi exterior era todo un experimentado, firme y gallardo capitán con pleno control de su barco y destino, pero por dentro no era más que un niño frustrado gritando de rabia al infinito en medio de la soledad y la desorientación.

Pase por varias tempestades, algunas de las cuales dañaron gravemente mi barco, pero a pesar de ello reparé los daños y seguí adelante, aprendí a tanto a atravesar cómo a sortear tornados y huracanes. Aprendí a sobrevivir en medio de la hostilidad y fiereza del océano, el cual a su vez aprendió a respetarme.

A través de la temible tempestad así cómo de la monótona calma pasaron días, semanas, meses y años, persistiendo y siempre teniendo muy firme la idea de localizar y arribar mi puerto destino.

Me tope con varios faros, pero no elegían a mi barco para guiarlo a su puerto, lo hacían con otros, otros me daban su luz potente y cegadora, por unos minutos, para posteriormente apartarla de mí, yo hacía lo único que podía hacer, continuar con mi camino.

Hasta que una noche en medio de la tenue oscuridad de la luna menguante, percibí tu luz, una luz diferente a todas las demás.

Era suave, no lastimaba al recibirla directamente a los ojos, ilumino mi barco, al igual que mi corazón, recibiendo no solo la claridad en medio de la penumbra sino el calor y tranquilidad que desde hacía mucho tiempo había dejado de sentir.

Por un momento mi dolor, frustración y desesperación parecían haber cesado, pero titubee y decidí anclar, ya había recibido muchas falsas señales antes. Muchas preguntas bombardearon mi cabeza: ¿Habría podido por fin encontrar mi puerto destino?, ¿Serías tu el faro que me guiaría hacía el?, ¿Sería este el indicado?, ¿el destinado para mí?, ¿mi luz?, ¿mi guía?, ¿Mi puerto? En lo profundo de mi corazón deseaba ello, pero sentí una gran incertidumbre sobre si debía seguir tu luz o no.

Ya había pasado mucho tiempo y me había acostumbrado a navegar en medio del océano solo y a enfrentarme a la adversidad, mi cuerpo y espíritu se habían hecho fuertes y tal vez no me hubiera incomodado seguir sobreviviendo de esa manera, pero sólo eso sobreviviendo.

A pesar de ello estaba cansado, fastidiado de navegar permanentemente, mis otros camaradas capitanes ya habían arribado a sus puertos destino un lugar donde echar raíces y dejar de ser viejos lobos de mar errantes y atormentados.

Con la esperanza de un mejor mañana y haciendo uso de una gran fuerza de voluntad, me arme de valor y decidí levar anclas y seguir muy cautelosa y precavidamente tu luz. Conforme avanzaba sentí que me guiabas por el camino correcto, la visión se me hizo cada vez más clara, tu calidez empezó a infundar mi espíritu y alimentar mi fe.

Pero sorpresiva y súbitamente tu luz de apago, detuve mis motores y baje mis anclas, espere a que se volviera a encender pero no lo hizo.

Entonces comencé a enviarte señales Morse de reflectores, pero no hubo respuesta, lance luces de bengala, pero la oscuridad continuaba, trate de contactarte por radio, pero solo obtuve un ruido de estática ensordecedor.

En medio del océano, envuelto en la oscuridad, el silencio y mirando al unísono, con el mar y cielo cómo testigos, solo espero una respuesta:

¿ERES TÚ MI FARO O DEBO CONTINUAR CON MI CAMINO?

No hay comentarios: